"-¿Quieres decirme, por
favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?-
-Eso depende mucho de a
dónde quieres ir - respondió el Gato.
-Poco me preocupa a dónde ir
- dijo Alicia.
-Entonces, poco importa el
camino que tomes - replicó el Gato-"
Lewis Carroll , Alicia en el País de las
Maravillas
El edificio Chrysler |
El mundo está en manos de aquellos que
tienen el coraje de soñar y de correr el riesgo de vivir sus sueños. No se
cuando leí esa cita, no recuerdo quien me la dijo, pero estas palabras me acompañan desde hace ya mucho tiempo.
8 de la mañana. Calle 72. Upper East side.
Manhattan. Nueva York. A esta fase de mi vida la llamo “cumpliendo un sueño”.
El despertador suena, pero hace ya
demasiado tiempo que estoy despierta. El jet lag hace que a las 6.30 de la
mañana, después de apenas 4 horas de sueño no pueda seguir durmiendo. Tampoco
se si podría, porque hoy alcanzo un objetivo largamente soñado. Trabajar en la
sede de Nueva York para ver cómo funciona ese pequeño Consejo desde el que se mueven los hilos de la política
internacional. Para algún día saber de lo que enseño y, sobre todo, para que
lo más importante que yo les enseñe a mis alumnos, sea que uno llega donde quiere y no donde puede, donde debe o donde toca.
La cita es a las 9.30 de la mañana en el
405 de la Avenida Lexington con la intersección de la Calle 42, en el elegante
rascacielos art deco situado en el
lado este de Manhattan y que se conoce como el icónico edificio Chrysler.
Camino la Avenida Lexington desde mi casa
en la Calle 72 hasta la Calle 42, con demasiado tiempo. Quizás porque quiero
disfrutar cada uno de sus pasos. Quizás porque son solo 40 minutos, pero cada
uno de ellos deja tras de si cuatro años de espera, tres continentes y algunas
cicatrices. Y ya mis pasos no van tan rápidos como cuando no tenían tan claro
su rumbo. Y mientras ando van quedando atrás las demasiadas horas en el
despacho elegante en que me preguntaba si la vida era eso o también era posible
cambiar, soñar, tener una meta y alcanzarla. Y a medida que avanzo entre los
ejecutivos que caminan hacia la ciudad financiera, más cosas dejo atrás. La
piscina del piso de Zurbano, los gin-tonics en la terraza de Embassy, el
monasterio burgalés, el patio de la cárcel de Soto del Real, un sueldo fijo, las
silenciosas noches sin luz en Arusha, interrumpidas solo por el desesperante
zumbido de los mosquitos chocando contra la mosquitera, largas caminatas a
solas bajo la nieve de Viena, bastante oposición, chanzas a mi nueva condición
de becaria, mi afición a las camisas de seda, pagar sin contar, el Chanel no.5, los trajes de Schlesser, las cenas sin presupuesto, los
taxis, la manicura y el no tener tiempo para nada más. Y ahora los pasos suenan
distintos, porque han tenido que pisar fuerte en la selva, para que el retumbar
espante a las serpientes y que saltar al vacío sin mirar hacia abajo, porque si supieramos donde vamos a caer, puede que nunca saltemos. Son
más ligeros, porque han aprendido a subirse a los dalla-dallas, a resbalar en
la nieve, a tolerar los mosquitos, a comer fideos en todas sus modalidades y a
cambiar la seda por el algodón, porque en algún lugar de la savanna, aprendí
que lo único que viste es el carisma. Tienen más ritmo, porque saben bailar bajo la lluvia, sin esperar a que pase la tormenta. Son lentos,
porque se detienen de vez en cuando a intentar distinguir entre las nubes la cima
nevada del Kilimanjaro. Y son menos solitarios, porque soy una parte de todas las
personas que he encontrado en mi camino.
savanna neoyorkina |
El 405, ya estamos. Las puertas giratorias dejan detrás el rugido impaciente de Manhattan y al girar nos trasportan al elegante vestíbulo del Chrysler, haciéndonos retroceder a los años 30.
La puerta de la Calle 42 |
El edificio, originaria sede la compañía Chrysler,
se distingue entre los rascacielos de Nueva York por su distintiva torre
radial, coronada de los tapacubos que se usaban entonces en los automóviles,
sus águilas asomadas sobre la ciudad de Nueva York y sus cuatro gárgolas aladas
en cada esquina.
Las águilas del edificio Chrysler se asoman sobre la Avenida Lexington |
Seguridad me autoriza para entrar y subo a
las oficinas del Consejo. La jefa de la sección me recibe dándome
una calurosa bienvenida cuando asomo por la puerta de su despacho.
- Estábamos deseando que llegaras,
bienvenida.
- Y yo estaba deseando llegar.
- Has tardado mucho desde tu casa?
- Un poco, pero ha sido un gran paseo.
- Has venido caminando?
- No había otra forma de llegar, solo podia caminar.
Una breve charla sobre la labor del
departamento, presentaciones del equipo y la asignación de mi primera tarea, un
análisis de riesgo geopolítico. Si, estoy en el lugar correcto. Pienso que
puede que la felicidad sea eso, saber que uno esta donde quiere y no desear
estar en ningún otro lugar, por mejor que éste pudiera ser. Y de un modo extranio lo sentia todo terriblemente familiar en aquella extrania savanna, como si de alguna forma por fin descansara.
Manhattan, desde el edificio Chrysler, con el Empire State al fondo |
Cuando terminé mi primer día de trabajo fui
a la inmensa terraza que la sede de la organización tiene sobre el río Hudson.
El sol se escondía despacio entre los rascacielos de la Roosevelt island y del iluminado
puente de Queensboro, moteado de bombillas que iluminaban las barcazas que
navegaban río arriba. Uno tiene que saber que precio paga, ya no se puede
firmar la visa sin mirar, pero la factura era correcta y alli estábamos a solas, mi
soledad y yo en Manhattan y le agradecí que estuviera allí conmigo porque
quería enseñarle todo aquello. Mirabamos las lucecitas que empezaban a encenderse en los rascacielos a la otra orilla del rio y charlabamos acerca de lo que significaba alcanzar metas porque no tenia ningun sentimiento de euforia dentro de mi. Lo unico que sentia era un cierto equilibrio. Un equilibrio entre lo querido y lo obtenido, y de lo obtenido en relacion con lo que se ha trabajado para conseguirlo. Y asi, despues despues de aquel primer dia de trabajo en uno de los edificios mas emblematicos de la ciudad y con apenas unas horas de suenio, me sentia completamente en paz. Y asi, charlando entretenidas, no nos dimos cuentas de que solo estabamos las dos, mientras el sol ya desaparecido iba dejando el cielo raso, limpido y negro, en esta ciudad sin estrellas.
"Estás tan obcecado en
llegar hasta tu espada que olvidaste lo más importante: es necesario caminar
hasta ella. [...] Cuando se viaja en pos de un objetivo, es muy importante
prestar atención al Camino. El Camino es el que nos enseña la mejor forma de llegar”
Paulo Coelho, El Peregrino de Compostela
Llegué hace un par de días a este blog curioseando sobre Tanzania y de repente me he devorado todas las entradas.
ResponderEliminarAunque le parezca mentira hacía tiempo que no leía con tanta intensidad una historia ajena. Para un reciente licenciado en Derecho como yo, su vida es un halo de esperanza.
Lo único que me gustaría decirla es que la admiro profundamente. Y estoy casi seguro que nunca ha pretendido ser admirada, pero por favor, ¡leerla es sentirse vivo!
Ojalá siga escribiendo de vez en cuando, que además lo hace muy bien.
Un saludo. Disculpe la intromisión
Jon
Hola Jon, Muchísimas gracias por tu comentario! e alegro que te haya gustado el blog! Ya he dejado de viajar pero si vuelvo a retomar la maleta retormáre el blog! Si necesitas información sobre Tanzania, estaré encantada de ayudarte en lo que pueda!
ResponderEliminarUn saludo!