jueves, 14 de noviembre de 2013

SAVANNA NEOYORKINA



"-¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?-
-Eso depende mucho de a dónde quieres ir - respondió el Gato.
-Poco me preocupa a dónde ir - dijo Alicia.
-Entonces, poco importa el camino que tomes - replicó el Gato-"

Lewis Carroll , Alicia en el País de las Maravillas



El edificio Chrysler

El mundo está en manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y de correr el riesgo de vivir sus sueños. No se cuando leí esa cita, no recuerdo quien me la dijo, pero estas palabras me acompañan desde hace ya mucho tiempo.

8 de la mañana. Calle 72. Upper East side. Manhattan. Nueva York. A esta fase de mi vida la llamo “cumpliendo un sueño”.

El despertador suena, pero hace ya demasiado tiempo que estoy despierta. El jet lag hace que a las 6.30 de la mañana, después de apenas 4 horas de sueño no pueda seguir durmiendo. Tampoco se si podría, porque hoy alcanzo un objetivo largamente soñado. Trabajar en la sede de Nueva York para ver cómo funciona ese pequeño Consejo desde el que se mueven los hilos de la política internacional. Para algún día saber de lo que enseño y, sobre todo, para que lo más importante que yo les enseñe a mis alumnos, sea que uno llega donde quiere y no donde puede, donde debe o donde toca.

La cita es a las 9.30 de la mañana en el 405 de la Avenida Lexington con la intersección de la Calle 42, en el elegante rascacielos art deco situado en el lado este de Manhattan y que se conoce como el icónico edificio Chrysler.

Camino la Avenida Lexington desde mi casa en la Calle 72 hasta la Calle 42, con demasiado tiempo. Quizás porque quiero disfrutar cada uno de sus pasos. Quizás porque son solo 40 minutos, pero cada uno de ellos deja tras de si cuatro años de espera, tres continentes y algunas cicatrices. Y ya mis pasos no van tan rápidos como cuando no tenían tan claro su rumbo. Y mientras ando van quedando atrás las demasiadas horas en el despacho elegante en que me preguntaba si la vida era eso o también era posible cambiar, soñar, tener una meta y alcanzarla. Y a medida que avanzo entre los ejecutivos que caminan hacia la ciudad financiera, más cosas dejo atrás. La piscina del piso de Zurbano, los gin-tonics en la terraza de Embassy, el monasterio burgalés, el patio de la cárcel de Soto del Real, un sueldo fijo, las silenciosas noches sin luz en Arusha, interrumpidas solo por el desesperante zumbido de los mosquitos chocando contra la mosquitera, largas caminatas a solas bajo la nieve de Viena, bastante oposición, chanzas a mi nueva condición de becaria, mi afición a las camisas de seda, pagar sin contar, el Chanel no.5, los trajes de Schlesser, las cenas sin presupuesto, los taxis, la manicura y el no tener tiempo para nada más. Y ahora los pasos suenan distintos, porque han tenido que pisar fuerte en la selva, para que el retumbar espante a las serpientes y que saltar al vacío sin mirar hacia abajo, porque si supieramos donde vamos a caer, puede que nunca saltemos. Son más ligeros, porque han aprendido a subirse a los dalla-dallas, a resbalar en la nieve, a tolerar los mosquitos, a comer fideos en todas sus modalidades y a cambiar la seda por el algodón, porque en algún lugar de la savanna, aprendí que lo único que viste es el carisma. Tienen más ritmo, porque saben bailar bajo la lluvia, sin esperar a que pase la tormenta. Son lentos, porque se detienen de vez en cuando a intentar distinguir entre las nubes la cima nevada del Kilimanjaro. Y son menos solitarios, porque soy una parte de todas las personas que he encontrado en mi camino.


savanna neoyorkina

La avenida Lexington acelera su pulso a medida que nos acercamos a la rush hour (hora punta) y se tiñe progresivamente del color amarillo moztaza de los taxis que galopan a toda velocidad hacia la ciudad financiera. La savanna neoyorkina se extiende interminable, hecha de asfalto, cristal, luces y columnas de vapor blanco que emana de las rendijas del metro, a intervalos intermitentes.

El 405, ya estamos. Las puertas giratorias dejan detrás el rugido impaciente de Manhattan y al girar nos trasportan al elegante vestíbulo del Chrysler, haciéndonos retroceder a los años 30.

La puerta de la Calle 42

 El edificio, originaria sede la compañía Chrysler, se distingue entre los rascacielos de Nueva York por su distintiva torre radial, coronada de los tapacubos que se usaban entonces en los automóviles, sus águilas asomadas sobre la ciudad de Nueva York y sus cuatro gárgolas aladas en cada esquina. 


Las águilas del edificio Chrysler se asoman sobre la Avenida Lexington
 Seguridad me autoriza para entrar y subo a las oficinas del Consejo. La jefa de la sección me recibe dándome una calurosa bienvenida cuando asomo por la puerta de su despacho.

- Estábamos deseando que llegaras, bienvenida.
- Y yo estaba deseando llegar.
- Has tardado mucho desde tu casa?
- Un poco, pero ha sido un gran paseo.
- Has venido caminando?
- No había otra forma de llegar, solo podia caminar.

Una breve charla sobre la labor del departamento, presentaciones del equipo y la asignación de mi primera tarea, un análisis de riesgo geopolítico. Si, estoy en el lugar correcto. Pienso que puede que la felicidad sea eso, saber que uno esta donde quiere y no desear estar en ningún otro lugar, por mejor que éste pudiera ser. Y de un modo extranio lo sentia todo terriblemente familiar en aquella extrania savanna, como si de alguna forma por fin descansara.

Manhattan, desde el edificio Chrysler, con el Empire State al fondo


Cuando terminé mi primer día de trabajo fui a la inmensa terraza que la sede de la organización tiene sobre el río Hudson. El sol se escondía despacio entre los rascacielos de la Roosevelt island y del iluminado puente de Queensboro, moteado de bombillas que iluminaban las barcazas que navegaban río arriba. Uno tiene que saber que precio paga, ya no se puede firmar la visa sin mirar, pero la factura era correcta y alli estábamos a solas, mi soledad y yo en Manhattan y le agradecí que estuviera allí conmigo porque quería enseñarle todo aquello. Mirabamos las lucecitas que empezaban a encenderse en los rascacielos a la otra orilla del rio y charlabamos acerca de lo que significaba alcanzar metas porque no tenia ningun sentimiento de euforia dentro de mi. Lo unico que sentia era un cierto equilibrio. Un equilibrio entre lo querido y lo obtenido, y de lo obtenido en relacion con lo que se ha trabajado para conseguirlo. Y asi, despues despues de aquel primer dia de trabajo en uno de los edificios mas emblematicos de la ciudad y con apenas unas horas de suenio, me sentia completamente en paz. Y asi, charlando entretenidas, no nos dimos cuentas de que solo estabamos las dos, mientras el sol ya desaparecido iba dejando el cielo raso, limpido y negro, en esta ciudad sin estrellas.





"Estás tan obcecado en llegar hasta tu espada que olvidaste lo más importante: es necesario caminar hasta ella. [...] Cuando se viaja en pos de un objetivo, es muy importante prestar atención al Camino. El Camino es el que nos enseña la mejor forma de llegar”

Paulo Coelho, El Peregrino de Compostela

2 comentarios:

  1. Llegué hace un par de días a este blog curioseando sobre Tanzania y de repente me he devorado todas las entradas.

    Aunque le parezca mentira hacía tiempo que no leía con tanta intensidad una historia ajena. Para un reciente licenciado en Derecho como yo, su vida es un halo de esperanza.
    Lo único que me gustaría decirla es que la admiro profundamente. Y estoy casi seguro que nunca ha pretendido ser admirada, pero por favor, ¡leerla es sentirse vivo!

    Ojalá siga escribiendo de vez en cuando, que además lo hace muy bien.

    Un saludo. Disculpe la intromisión
    Jon

    ResponderEliminar
  2. Hola Jon, Muchísimas gracias por tu comentario! e alegro que te haya gustado el blog! Ya he dejado de viajar pero si vuelvo a retomar la maleta retormáre el blog! Si necesitas información sobre Tanzania, estaré encantada de ayudarte en lo que pueda!
    Un saludo!

    ResponderEliminar