jueves, 14 de noviembre de 2013

SAVANNA NEOYORKINA



"-¿Quieres decirme, por favor, qué camino debo tomar para salir de aquí?-
-Eso depende mucho de a dónde quieres ir - respondió el Gato.
-Poco me preocupa a dónde ir - dijo Alicia.
-Entonces, poco importa el camino que tomes - replicó el Gato-"

Lewis Carroll , Alicia en el País de las Maravillas



El edificio Chrysler

El mundo está en manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y de correr el riesgo de vivir sus sueños. No se cuando leí esa cita, no recuerdo quien me la dijo, pero estas palabras me acompañan desde hace ya mucho tiempo.

8 de la mañana. Calle 72. Upper East side. Manhattan. Nueva York. A esta fase de mi vida la llamo “cumpliendo un sueño”.

El despertador suena, pero hace ya demasiado tiempo que estoy despierta. El jet lag hace que a las 6.30 de la mañana, después de apenas 4 horas de sueño no pueda seguir durmiendo. Tampoco se si podría, porque hoy alcanzo un objetivo largamente soñado. Trabajar en la sede de Nueva York para ver cómo funciona ese pequeño Consejo desde el que se mueven los hilos de la política internacional. Para algún día saber de lo que enseño y, sobre todo, para que lo más importante que yo les enseñe a mis alumnos, sea que uno llega donde quiere y no donde puede, donde debe o donde toca.

La cita es a las 9.30 de la mañana en el 405 de la Avenida Lexington con la intersección de la Calle 42, en el elegante rascacielos art deco situado en el lado este de Manhattan y que se conoce como el icónico edificio Chrysler.

Camino la Avenida Lexington desde mi casa en la Calle 72 hasta la Calle 42, con demasiado tiempo. Quizás porque quiero disfrutar cada uno de sus pasos. Quizás porque son solo 40 minutos, pero cada uno de ellos deja tras de si cuatro años de espera, tres continentes y algunas cicatrices. Y ya mis pasos no van tan rápidos como cuando no tenían tan claro su rumbo. Y mientras ando van quedando atrás las demasiadas horas en el despacho elegante en que me preguntaba si la vida era eso o también era posible cambiar, soñar, tener una meta y alcanzarla. Y a medida que avanzo entre los ejecutivos que caminan hacia la ciudad financiera, más cosas dejo atrás. La piscina del piso de Zurbano, los gin-tonics en la terraza de Embassy, el monasterio burgalés, el patio de la cárcel de Soto del Real, un sueldo fijo, las silenciosas noches sin luz en Arusha, interrumpidas solo por el desesperante zumbido de los mosquitos chocando contra la mosquitera, largas caminatas a solas bajo la nieve de Viena, bastante oposición, chanzas a mi nueva condición de becaria, mi afición a las camisas de seda, pagar sin contar, el Chanel no.5, los trajes de Schlesser, las cenas sin presupuesto, los taxis, la manicura y el no tener tiempo para nada más. Y ahora los pasos suenan distintos, porque han tenido que pisar fuerte en la selva, para que el retumbar espante a las serpientes y que saltar al vacío sin mirar hacia abajo, porque si supieramos donde vamos a caer, puede que nunca saltemos. Son más ligeros, porque han aprendido a subirse a los dalla-dallas, a resbalar en la nieve, a tolerar los mosquitos, a comer fideos en todas sus modalidades y a cambiar la seda por el algodón, porque en algún lugar de la savanna, aprendí que lo único que viste es el carisma. Tienen más ritmo, porque saben bailar bajo la lluvia, sin esperar a que pase la tormenta. Son lentos, porque se detienen de vez en cuando a intentar distinguir entre las nubes la cima nevada del Kilimanjaro. Y son menos solitarios, porque soy una parte de todas las personas que he encontrado en mi camino.


savanna neoyorkina

La avenida Lexington acelera su pulso a medida que nos acercamos a la rush hour (hora punta) y se tiñe progresivamente del color amarillo moztaza de los taxis que galopan a toda velocidad hacia la ciudad financiera. La savanna neoyorkina se extiende interminable, hecha de asfalto, cristal, luces y columnas de vapor blanco que emana de las rendijas del metro, a intervalos intermitentes.

El 405, ya estamos. Las puertas giratorias dejan detrás el rugido impaciente de Manhattan y al girar nos trasportan al elegante vestíbulo del Chrysler, haciéndonos retroceder a los años 30.

La puerta de la Calle 42

 El edificio, originaria sede la compañía Chrysler, se distingue entre los rascacielos de Nueva York por su distintiva torre radial, coronada de los tapacubos que se usaban entonces en los automóviles, sus águilas asomadas sobre la ciudad de Nueva York y sus cuatro gárgolas aladas en cada esquina. 


Las águilas del edificio Chrysler se asoman sobre la Avenida Lexington
 Seguridad me autoriza para entrar y subo a las oficinas del Consejo. La jefa de la sección me recibe dándome una calurosa bienvenida cuando asomo por la puerta de su despacho.

- Estábamos deseando que llegaras, bienvenida.
- Y yo estaba deseando llegar.
- Has tardado mucho desde tu casa?
- Un poco, pero ha sido un gran paseo.
- Has venido caminando?
- No había otra forma de llegar, solo podia caminar.

Una breve charla sobre la labor del departamento, presentaciones del equipo y la asignación de mi primera tarea, un análisis de riesgo geopolítico. Si, estoy en el lugar correcto. Pienso que puede que la felicidad sea eso, saber que uno esta donde quiere y no desear estar en ningún otro lugar, por mejor que éste pudiera ser. Y de un modo extranio lo sentia todo terriblemente familiar en aquella extrania savanna, como si de alguna forma por fin descansara.

Manhattan, desde el edificio Chrysler, con el Empire State al fondo


Cuando terminé mi primer día de trabajo fui a la inmensa terraza que la sede de la organización tiene sobre el río Hudson. El sol se escondía despacio entre los rascacielos de la Roosevelt island y del iluminado puente de Queensboro, moteado de bombillas que iluminaban las barcazas que navegaban río arriba. Uno tiene que saber que precio paga, ya no se puede firmar la visa sin mirar, pero la factura era correcta y alli estábamos a solas, mi soledad y yo en Manhattan y le agradecí que estuviera allí conmigo porque quería enseñarle todo aquello. Mirabamos las lucecitas que empezaban a encenderse en los rascacielos a la otra orilla del rio y charlabamos acerca de lo que significaba alcanzar metas porque no tenia ningun sentimiento de euforia dentro de mi. Lo unico que sentia era un cierto equilibrio. Un equilibrio entre lo querido y lo obtenido, y de lo obtenido en relacion con lo que se ha trabajado para conseguirlo. Y asi, despues despues de aquel primer dia de trabajo en uno de los edificios mas emblematicos de la ciudad y con apenas unas horas de suenio, me sentia completamente en paz. Y asi, charlando entretenidas, no nos dimos cuentas de que solo estabamos las dos, mientras el sol ya desaparecido iba dejando el cielo raso, limpido y negro, en esta ciudad sin estrellas.





"Estás tan obcecado en llegar hasta tu espada que olvidaste lo más importante: es necesario caminar hasta ella. [...] Cuando se viaja en pos de un objetivo, es muy importante prestar atención al Camino. El Camino es el que nos enseña la mejor forma de llegar”

Paulo Coelho, El Peregrino de Compostela

martes, 12 de noviembre de 2013

América, América: obertura




Los inmigrantes avistan la Estatua de la Libertad, en el filme America, America de Elias Kazan

América, América de Elias Kazan es una épica al estilo homérico. Una peregrinación hacia un lugar y un sentir, hacia la madurez de un joven que buscar nacer de nuevo para borrar los pecados originales de ese viaje. El viaje en América, América es también la metáfora de un viaje interno, del viaje de un personaje solitario, Stavros, que quiere encontrarse a si mismo y convertirse en hombre. Es un viaje que se sucede entre pasajes y paisajes, en grandes negros y blancos, que golpean al atormentado joven griego que busca comenzar su futuro en America. Durante toda la película Stavros persigue America, de la que nada conoce, como un ideal. America se presenta como una idea indefinida, imprecisa, nebulosa, vasta, que en si misma fuera la cura y causa de sus males, como si solo pisar su suelo pudiera librarle de los demonios del interior, y así parece que no estuviera persiguiendo un sueño sino que el sueño le persiguiera a el.

El film termina con la arribada al puerto del destartalado vapor. Mezclados y apiñados inmigrantes de tercera y pasajeros de primera clase sobre la cubierta, aúnan sus gritos, coreando eufóricamente “America! America!”, como una letanía redentora, saludando a la Estatua de la Libertad que los recibe en la bruma de la primera hora de la mañana, alzada la antorcha “que ilumina el mundo” entre la niebla, avivando el ideario romántico de aquellos parias inmigrantes que huían de los rigores y sistemas del viejo continente.

La rigidez del viejo mundo se difumina paulatinamente hasta terminar por desaparecer al llegar a las fronteras de este otro nuevo, surgido como contraposición al antiguo y como alternativa liberadora al pesado peso que la historia ejerce en nuestras formas, sociales, de pensar, de sentir, de vivir y de soñar. Apartando el pasado, para poder abrazar dos poderosas promesas de futuro; libertad y búsqueda de la felicidad. 

Marcos teoricos

Para abrazar estas bondades futuras, a cambio, aquellos inmigrantes deberan pagar con su lengua, su apellido, su religión, sus costumbres, su pasado y su historia. Por ello, no es posible comprender la vida en el nuevo mundo si uno no conoce el significado, el precio y el valor de la libertad y la felicidad por la que paga.

Libre y libertad son dos conceptos distintos, y confundir ambos seria no entender en su profundidad la idea de libertades que conforma la filosofía liberal y utilitarista planteada en su forma mas moderna por John Stuart Mill y que ha marcado a fuego la personalidad de este continente, este país y este siglo.

"La única parte de la conducta de cada uno por la que él es responsable ante la sociedad es la que se refiera a los demás. En la parte que concierne meramente a él, su independencia es, de derecho, absoluta. Sobre sí mismo, sobre su propio cuerpo y espíritu, el individuo es soberano".

Con estas palabras, definía John Stuart Mill en su Sobre la Libertad, el principio que define el concepto de libertad de nuestro siglo. Esto es, libertad individual. Cada persona es por sí misma suficientemente racional para poder tomar decisiones acerca de su propio bien y elegir asimismo la religión que le plazca. El gobierno solo debe intervenir en tanto se trate de la protección de la sociedad.

Asimismo, en su Utilitarismo, afirma Stuart Mill, que la felicidad es deseable y lo único deseable como fin en sí, siendo todo lo demás únicamente deseable como medio para este fin.

Descubriendo el sueño americano

La segunda frase de la Declaración de Independencia de Estados Unidos desarrolla estos dos conceptos, libertad  y felicidad como valores máximos, estableciendo que “todos los hombres han sido creados iguales” y están “dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables”, los cuales incluyen “el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Establecidas la libertad individual y la búsqueda de la felicidad como coordenadas principales del sistema del nuevo mundo, el sueño americano se materializa poco a poco en los puntos que unen la línea de la prosperidad, que dependerá de las habilidades de cada uno y de su trabajo, y las oportunidades de cada cual se corresponderán a sus capacidades o a su rendimiento y no vendran marcadas por un destino rígido, dictaminado por la jerarquía social. 

Pero América como ideal y América como Estados Unidos, son dos conceptos distintos. Y el suenio americano es distinto del suenio estadounidense. Por ello, quizás, para comprender Estados Unidos, sea necesario trasladarse a cualquier pequeño pueblo de Alabama, donde poder observar como un antropólogo, esta sociedad joven. Pero para comprender el suenio americano, el de aquellos inmigrantes que llegaron hacinados a la isla de Ellis, que no es sino el suenio universal de buscar la felicidad, de dejar atras viejas estructuras y avanzar, para comprender America como respuesta a la rigidez del continente, como producto historico de rechazo a Europa, como refugio de desterrados, aventureros, hambrientos o perseguidos, deseosos de dejar atrás su pasado, ya fuera glorioso o difamante, como oasis de ambiciosos o visionarios, quizas, para ello, el mejor lugar sea Nueva York, una ciudad construida con la argamasa de identidades individuales, con su crisol de  barrios y culturas que no buscan fundirse, en este extranio fenomeno de coexistencia pacifica sin integracion, cargada de energias, de casi 20 millones de personas, que están aqui buscando su sueño. Puede que eso sea, sin embargo, lo que a todas una, que todas sueñan, porque en este pais joven, lo unico que no esta permitido, es no tener uno y no pelearlo.

Y como una mas de esos tantos millones, llego yo, buscando el mío. Y digo buscar, porque ni stuart mill, ni la constitucion americana ni ningun libre pensador que aboga por esta busqueda se ha atrevido a decir que es la felicidad, y por ello es una busqueda, un reto, porque cada uno debe llenarla de contenido y significado a su manera.

" Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo, ¿vale? Si tienes un sueño, tienes que protegerlo. Las personas que no son capaces de hacer algo te dirán que tú tampoco puedes. Si quieres algo ve por ello y punto. "

Dialogo del film, En busca de la felicidad 


jueves, 7 de febrero de 2013

UNA NOCHE EN LA ÓPERA O UN SOLO INSTANTE I PALPITI

Mi actividad se consume en una inquieta indolencia; no puedo estar ocioso y, sin embargo, no puedo hacer nada. Mi imaginación y mi sensibilidad no se conmueven ante la naturaleza, y los libros me causan tedio. Cuando el hombre no se encuentra a sí mismo, no encuentra nada.

Werther, Goethe, libro I, carta de 22 de agosto

Estatutas de mármol custodian la galería de la Ópera

Ajustaba sus pasos a los míos, que mis tacones impedían hacer más largos, resonando acompasados en la inmensa bóveda de crucería de la galería de la Staatsoper de Vienna mientras cruzábamos su colorido mosaico, iluminada vivamente por interminables filas de arañas de cristal selladas con el águila imperial. Flanqueados nuestros pasos por las filas de altaneras estatutas de mármol que custodian su solemne belleza.

 
Detalle de la escalera



El salón Schwind, uno de los salones de la ópera
La Ópera de Vienna representa todos los días una ópera distinta ya que el escenario, con una profundidad que duplica la del patio de butacas, unas instalaciones y maquinaria con estándares técnicos que lo sitúan entre los más modernos del mundo, le permiten tener instalados varios decorados al mismo tiempo.

El acomodador de rigurosa librea abre la puerta del palco rematada en pan de oro. Como si hubiera abierto la puerta del circo romano, la claridad repentina nos ciega y nos asomamos sobre la baranda forrada de terciopelo rojo contemplando todo un mundo fantástico que ruge y se mueve agitado, ruidoso, inquieto bajo nosotros en el patio de butacas, iluminado de los colores fantásticos que desprenden las mil bombillas pendidas de la inmensa guirnalda circular de cristal que corona la platea. Rivalizan con el destello que relucen las joyas que atrapan los cuellos de las señoras de pelo dorado en laca, las veneras de los maridos con la bandera blanca y roja austriaca prendidas de sus trajes de smoking. Europa. Podemos perdonarle su vanidad, pues eso la hace eterna. Se representa L’elisir d’amore, de Donizetti.




Los palcos de la Ópera

Conozco muy bien esta ópera, muchas gracias. – Digo rechazando el programa. La había visto representada hacía relativamente poco tiempo en la Fenice de Venezia, con una compañía de excepción. Y desde entonces no había dejado de oirla. Y me sabía su libretto de memoria.

La luz desaparece poco a poco, dejando a la vista sólo el reflejo del tenue brillo ocasional de los diamantes y de las pequeñas bujías de los palcos.

Io son ricco, e tu sei bella,
io ducati, e vezzi hai tu:
perché a me sarai rubella?

(Yo soy rico y tú eres bella,
yo tengo ducados y tú belleza.

¿Por qué a mis deseos te resistes?)


La vida misma en la pantomima de Ducalmara. Ah Adorata barcarola..

prendi l'oro e lascia amor.
Lieto è questo, e lieve vola;
pesa quello, e resta ognor.

(¡Adorada barquera,
toma el oro y abandona al amor!

Este es pasajero y ligero vuela;

aquel es pesado y siempre queda.)

..Quizás demasiado verdad para que pudiera ser tomada en serio esta afirmación. Cuantas veces no habremos, como el Fausto de Goethe, vendido nuestra alma al diablo a cambio de una de esas pequeñas estrellas que brillan fatuas allá arriba? 

La ópera siempre ha sido para mi una discusión acalorada que nuestros sentimientos mantienen con nuestros recuerdos, manteniéndose ambos durante toda la trama en tensa confrontación. Quizás sea por la penumbra que propicia la reflexión, por la fuerte carga emocional de su música, por ser uno de los pocos espectáculos en los que los protagonistas hablan impúdicamente de sus sentimientos o por la liturgia que acompaña una noche en la ópera, que hace que nos sintamos dispuestos a escucharnos por unas horas.

Sea lo que fuere, la opera siempre supone para mí una conversación en la que los recuerdos preguntan y el alma calla y escucha. Y es, quizás por eso, por lo que nunca me ha importado ir sola.


Che più cercando io vò?
Che più cercando io vò?

(Qué voy buscando yo?
Qué voy buscando yo?)
 
Solo grave de oboe introduce la voz profunda del tenor, seducido apenas por las lejanas notas del violín. Sobre el magnífico escenario de la Staatsoper de Vienna, Nemorino se deshace en lágrimas en la octava escena del segundo acto. Sólo del tenor. Silencio en los palcos. Al compas del arpa suena la romanza. Apenas contenida la respiración mientras el tenor regala al público una cadencia con "Do" de Pecho, en su sentido más literal, en el ária más famosa de esta ópera.

Un solo istante i palpiti
del suo bel cor sentir!
I miei sospir, confondere
per poco a' suoi sospir!
I palpiti, i palpiti sentir,
confondere i miei coi suoi sospir...


(¡Un solo instante el pálpito de su corazón
deseo sentir!…

¡Mis suspiros confundir

con los suyos!
  )


Una furtiva lágrima donizettiana abrasa en silencio la garganta, con cuidado de no asomar. Puede que no sepa lo que voy buscando. Puede que ni si quiera sepa si existe, me pregunto, pero tengo que caminar y caminar. Y dejo entrar a mis recuerdos que martillean incansables para que los deje pasar. Adelante, les digo, abriéndoles las puertas de mi memoria, recordando aquellos momentos en los que yo tambien pedi  un solo instante i palpiti. El aria termina. Doble vuelta de llave. Cierro el cajón donde metemos las cosas que ya han pasado y, quizás porque ya han dejado de existir parece al mismo tiempo que nunca existieron, pues no tuvieron suficiente calidad como para llegar a ser eternas.


A verun partito
Appigliarmi non posso: attendo ancora...
La mia felicità...

(No puedo decidirme
por ninguna,
Pues espero todavía mi felicidad...)

Cae el telón. Se encienden de nuevo las luces y Vienna entera se levanta para aplaudir al tenor.

-         Me han dicho que eras una gran aficionada a la ópera. Te ha gustado? – Me dice Fritz (Friedrich) mientras me ayuda a colocarme el abrigo solícito, educado, como buen alemán.
-         Me ha gustado mucho. Es una maravilla que hayas podido conseguir las entradas. De verdad, muchísimas gracias.
-         Podríamos tomar un copa en el Sacher, no se si has estado. Merece la pena verlo, para una primera copa, si te apetece por supuesto. Después podemos ir a Do&CO. No se si tenías otros planes. – El hotel Sacher, enfrente de la ópera, es el hotel más famoso de Vienna. Su mundialmente famosa torta Sacher, su pasado como proveedor oficial del Hofburg en los tiempos imperiales y haber sido considerado el punto de encuentro de la alta sociedad vienesa, han hecho difícil que nadie que haya estado en Vienna no haya sentido la tentación de tomar si quiera un café en su elegante salón.
-         Estuve en el Sacher hace ya mucho tiempo, casi diez años. Si, porqué no? Así podemos hacer el recorrido de la Vienna turística.
-         Yo prefiero llamarlo el recorrido de la Vienna clásica.- bromea.- Por lo menos tu primera noche.

El Sacher nos da la bienvenida con la calefacción a todo gas, consolando a los ateridos huesos que entran en calor poco a poco. Me quito las botas que llevo puestas para “bregar” con la nieve y me pongo de nuevo los tacones de aguja negros.

Pido perdón al lector por no haber presentado a Fritz.... Fritz, bávaro, dedicado a la industria metalúrgica de la cuenca del Ruhr vive entre Frankfurt y Vienna. Un amigo común nos ha puesto en contacto para que me enseñe Vienna los fines de semana que pasa aquí. Intenta ser amable con esta “turista” que le han encomendado. Y yo intento mantener un “low profile” sacando a mi personaje más educado. Tiene que aguantarme un par de noches, no es cuestión de asustarlo el primer día.

-         Perdona, qué quieres beber?
-         Creo que un prosecco.- Mezcla entre champagne y vino blanco, muy de moda en Austria. Herencia de su pasada unión con Italia bajo el imperio y su indudable cercanía. Su versión popular es el Gespritze, vino blanco y agua con gas. Pero eso es mejor dejarlo para las noches de las tabernas de Grinzing.
-         Un octavo de whisky solo y un prosecco por favor – dice dirigiéndose al camarero de librea roja y oro del Sacher. En Austria y Alemania, las forma correcta de pedir las copas es por su contenido exacto y no por un continente genérico. Así, una copa de vino tinto no se pediría por copa sino como “Un octavo de vino" si la queremos pequenia o "un cuarto de vino" tinto si la queremos grande. Centro Europa. Qué os voy a contar que no sepáis.

Los paisajes de África, la temporada de baile en Vienna, grandeza y caída del imperio austrohúngaro, la afición a la cocaína de Sissi, algo de los piratas de Somalia en el cuerno de África, la nieve, el desarrollo de la cuenca del Ruhr son los temas que se suceden en nuestra conversación. Como si fueran los pasos del waltz, nuestra conversación educada se mueve dando vueltas, avanzando y retrocediendo a los impulsos de la música, con la cabeza ladeada hacia la izquierda, el pecho erguido, la mano colocada cinco centímetros bajo el hombro, sin apoyarse ni dejarse caer en el de enfrente.

Vienna a nuestros pies, pasional pese a su gélido hermetismo. Contemplamos la nevada catedral de San Esteban desde la impresionante cristalera de doble altura del restaurante Do&Co que domina la Stephanplatz. Vienna clásica.

-         Quieres ir a la filarmónica? Dentro de dos semanas estaré en Vienna otra vez, creo.- Ofrece Fritz cuando nos despedimos.
-         Magnífico, avísame de todas formas un par de días antes. Muchísimas gracias por esta noche.

El taxi atraviesa Vienna camino del distrito trece. La picadura del dudu latiguea mi cuerpo en un escalofrío recordando África, tan distinta de las sutilezas de la elegante vida vienesa. Como no había champagne bebíamos cerveza Kilimanjaro.

Diálogos

-         Lo que nos faltaba, nos habla hoy del palpiti...sabe que se está volviendo terriblemente cursi en Vienna? 
-    No sea usted ingenuo. Necesitaba algo con lo que rellenar el blog. Si les hablaba todo el tiempo de los magníficos gorgoritos del tenor se me iban a dormir seguro.


miércoles, 6 de febrero de 2013

LA CLASE DE BAILE (II)




El Danubio Azul

El danubio, siento decepcionar al lector, no es de color azul, nace de color negro y cuando llega a Vienna alcanza un color verde oscuro, que se vuelve esmerlada los días de sol. Ahora, la nieve acentúa su color oscuro por el contraste del blanco de las orillas. 

Detalle de la fachada del Palacio Palavicini
 
Camino de mi segunda clase de baile atravieso las pequeñas plazas, las arcadas con sus tiendas y los silenciosos palacios del centro histórico, el palacio Auersperg, el palacio Palffy, el florentino palacio Ferstel, el barroco palacio Daun-Kinsky... que enarbolan las banderas blanquirojas de Austria, Cuatro diosas custodian la entrada al Palacio Palaviccini, donde está la academia Elmayer. La estatua ecuestre del emperador Francisco José impávida frente a la Academia española de equitación. Resuenan los pasos en el eco de la plaza vacía, esta tarde de domingo.



Josephsplatz, frente a la escuela de baile
De nuevo Karlz me espera detrás del mostrador.

-         Viene usted preparada? Le aviso que la clase de hoy no será fácil.
-         Tengo que reconocerle Karlz que me resiento un poco de la pierna derecha. Una caida en la nieve de espaldas. Todavía cojeo.

Karlz se ríe y me promete que es normal. Su última caida le duró tres semanas, me confiesa.

-         Irá usted al baile de los Cazadores, Die Jägerball, el baile más elegante de la temporada, donde se cita lo mejor de la sociedad bávara, tirolesa y vienesa, ahora que ya tiene unas nociones de waltz?
-         No Karlz, para ese no tengo invitación. Pero espero ir al segundo baile de mi organización. Para el de la temporada no he conseguido entrada.
-         El de marzo…Ese también es muy animado, aunque está ya fuera de la temporada. El último es el baile de máscaras de la Redoutte.- Con ello quiere decir en un muy sutil snobismo que no habrá debutantes ni ocupa una fecha selañada del calendario de baile y la considera por tanto algo menor en categoría. Me pregunto si existe una equivalencia con nuestras casetas. Y al mismo tiempo que me hago la pregunta me contesto dándome cuenta lo lejos que están de encontrarse éstas de la sofisticación del Hofburg. Pero son las nuestras y las queremos igual.
-         Se acuerda usted de los últimos pasos?
-         Si, algo he practicado.
-         Mejor. Hoy haremos “el reverso”. Con lo cual giraremos sobre nosotros mismos de forma completa al tiempo que giramos alrededor de la pista y empezaremos con el izquierdo mientras lo cruzamos con el derecho.

Pongo los ojos en blanco. Debe estar loco. Lejos de esto empieza a enseñarme los pasos sin inmutarse. Explicándome con paciencia el porqué de cada uno. El nuevo paso es verdaderamente “profesional”. Hemos pasado del nivel de “sevillanas” al de “bulerias” en nuestro argot folklorico. He sido yo la que he insistido en aprender las variantes más difíciles del waltz, para que no pudieran cogerme en ningún “renuncio” si me sacan a bailar.

Mientras intento girar sobre mi misma siguiendo los seis movimientos del nuevo paso, Karlz me corrige la postura.

-         Sigue usted echada sobre mí. De esta escuela no puede salir nadie así. El Dr. Elmayer en la postura es tajante. Ya le he dicho que la cabeza hacia la izquierda y lo suficiente separada de mí para no tocarme. Esto no es un tango. El peso lo lleva usted sobre si misma, no puede esperar que su acompañante la sostenga. Tiene usted que mantenerse erguida por sí misma.
-         Y no lo espero Karlz. Aunque no crea que me gustaría.- Y no se si Karlz lo comprende. Alguien que aguantara tu peso, sin luchar…
-         Sigue usted ahí? Probemos esta vez con música.
-         Cree usted Karlz? No se si yo todavía…
-         Tonterías. Ha venido aquí a aprender. He notado en usted que quiere aprender todo rápido y comprenderlo a la primera. Pero sabe una cosa? a veces se tarda dos y tres veces. Somos humanos. Y no es tan grave.
-         Si Karlz tiene razón. Me molesta tardar.
-         La clase solo va a durar una hora. 60 minutos. No puede usted intentar estrecharlos más. Pero puede relajarse e intentar en esos 60 minutos aprender los pasos que pueda. Sin enfadarse consigo misma por no aprenderlos todos.

Karlz. Me reitero en mi opinión del primer día. Eres un filosófo. Y ahora también un psicoanalista. Y misteriosamente cuando me he relajado entonces empezamos a dar vueltas y vueltas siguiendo los vaivenes del “waltz del Emperador” hasta que la música  para de golpe. Y todo el salón gira sin poderlo parar. Mi cabeza y mi estomágo están al revés y no consigo que la sala de baile se quede quieta.

Karlz llega con un vaso de agua.

- Es normal marearse al principio. Aprenderá usted a hablar y bailar al mismo tiempo sin marearse. Se acordará de mí cuando lo consiga. Tiene usted mi tarjeta. Estaré en todos los siguientes bailes. Si quiere ir a alguna llámeme y podremos seguir practicando.


En Vienna, el cafe siempre va servido con un vaso de agua en una pequenia bandeja de plata



Ando camino de vuelta a mi casa para bajar el mareo de las últimas vueltas. Todavía terriblemente mareada. Paro en el Cafe Sperl, ya en el distrito seis, a tomar algo de azucar a ver si así consigo hacer desaparecer el mareo de este último waltz. Verlangten Kaffee (café americano) y Esterházy torte.



Tarta Esterházy



Tarta Sacher

La tarta húngara Esterházy  y la tarta vienesa Sacher rivalizan en los cafes de Vienna. La primera de interminables capas de crema de almendras, avellana y chocolate llamada así en honor al Prince Pál Antal Esterházy de Galántha, diplomático húngaro en los tiempos del imperio  y la segunda, una bomba de filas de chocolates que se funden en uno solo es la tarta del lujoso hotel Sacher. Los cafes de Vienna. Sillas de estilo Bauhaus, cortinas rojas, parquet, la filosófica conversación en las mesas, al estilo del París existencialista, pero con el indudable sello de la realpolitik centroeuropea que no deja sitio a la divagación bohemia. Aún dorada bajo la sombra imperial, que mantienen orgullosos a pesar de ser república.


El cafe Sperl

El cafe Sperl, de 1880 situado frente a la Academia Militar Imperial me recibe con dos magníficas mesas de carambola y una de billar americano en uno de sus salones. Las miro con lujuria. Son impresionantes. Madera labrada y tapete impecable. De fondo un solo de piano. Recuerdo la desgastada mesa del club, que se cubría de mosquitos al atardecer. Ellas se exhiben tentadoras, provocándome, sabiendo que no tengo con quien acercarme. No creo que aquí me saque nadie a bailar. Algún día, quizás.


Las elegantes mesas se exhiben vanidosas
Miro a mis companeros de café. Siempre he pensado que si algo diferencia gravemente a los centro europeos de los mediterraneos, es su manera de vestir. Fuera de los dictados de la moda que seguimos como podemos con nuestra pobretona economía, ellos van sobrios, bien equipados y bien calzados. Recias botas de cuero que pisan fuerte sobre el hielo. Cubiertos con solventes plumones o abrazados por etéreas pieles que brillan relucientes como si fueran una segunda piel de la señora que los lleva; lejos de ser nuestros pesados abrigos de antiguas pieles tardo franquistas más propios de la escopeta nacional; de astracan, zorro, conejo o un conseguido compuesto sintético. Los guantes de puro cuero ceñidos. Envuelta la cabeza en los sombreros rusos calados hasta las orejas. Y los contemplo, en su sobria opulencia, ajenos a la crisis que se cierne sobre el alegre y soleado mediterráneo, tan seguros de si mismos, mientras beben café en las tazas de porcelana y oro del café de la Gumpendorfer Strasse.

Diálogos
-         A mi no me engaña. No la estoy viendo yo mucho en el papel de sissi moderna.
-         Maldita sea, estoy haciendo mis mejores esfuerzos.
-         Si no lo dudo, pero tanta tarta, tanto vals, tanto palacio…y esas tazas de porcelana que se rompen con mirarlas…me da a mí que está usted echando de menos África y su vida de muzungu colonial. Vamos, que es usted más de cerveza Kilimanjaro y rap africano. O de verbena y pasodoble incluso. Creo que tiene usted una roncha como un camión de la picadura del dudu.
-         Podría ser. Y a todo esto, quien le ha dado usted vela en este entierro para opinar así?
-         Pshh son ya muchos artículos que la llevo leyendo seniorita…
-         Pues no se crea que estoy ya muy integrada en la vida vienesa. Me lleva un muchacho este jueves a la ópera.
-         La opera, el vals…uff nos va a usted a matar del sueño. A ver, qué opera va a ir a ver?
-         L'elisir d'amore. Y yo que noto cierta envidia..
-         Muy bonita. Ya nos contará. Póngase usted elegante, à la russe, por favor, y haga usted una crónica de esas que nos hace bien decadentes. Contándonos lo terrible que es estar rodeada de diamantes y de la música de Strauss, con lo bien que se está en la savanna, pasando calor y freída por los mosquitos. Y hágame el favor de salir a tomarse una copita de whisky con minifalda de cuero y de bailar al ritmo de Beyoncé una de estas noches…se lo recomiendo como terapia.
-         Sabe que le estoy cogiendo cariño?
-         Lo sé. Es comprensible. Pero no vaya a enamorarse de mí. Se volvería usted vulgar y entonces me decepcionaría.

EL PRIMER VALS




Vestida à la russe. La cabeza calada con un sombrero cosaco de piel de zorro negro, abrazado el cuello por la estola, ajustados los guantes de cuero. Relucen los brillantes que cuelgan incompletos de los pendientes que completan el look de Anna karenina. Asoma ya la mejor de mis sonrisas cuando veo llegar al taxi. Chanel y laca de uñas. Y me acuerdo de Axel, el chef belga de Arusha, que hablaba de algo que se llamaba carisma. Tres ristras de perlas completan el traje.

La cúpula ortodoxa de la iglesia de St.Veit aparece sobre los techos bajos de las elegantes casas del barrio de Hietzing. Sus campanas anuncian las seis de la tarde. La nieve cae despacio, cubriendo suavemente las aceras, los bancos, los coches y el abrigo negro. Me ajusto la piel al cuello para negarle al frío cualquier oportunidad. Mis botas de montar bajo la falda larga negra de cola. Los zapatos de tacón en una bolsa.

-         Vamos al Hofburg, por favor.
-         Va usted al baile?
-         Si. Es mi primer baile.
-         Espero que le guste.

Atravesamos Vienna rápido sobre la nieve. En la puerta del palacio imperial espera el hermano de la dueña de la casa en la que me quedo en Vienna y a quien acompaño esta noche. Nos conocimos hace tiempo cuando estuve trabajando en el Tirol. Su mujer no ha podido acompañarlo y me han dado la entrada a mí. Vamos con un par de ejecutivos más con sus respectivas acompañantes.

Ya me han avisado que no se me ocurriera llevar mis tacones puestos. No con este tiempo. Como todas las vienesas, en el vestíbulo del palacio cambio las botas de montar por los tacones de aguja y las dejo en el guardarropa. Nieve. Si no puedes con el enemigo, únete a él.

Perfectamente alienados en fila en la escalera, lacayos de impecable librea rosa pálido ribeteadas en plata reciben a los invitados. Las señoras con sus faldas abullonadas suben y bajan la empinada escalera del palacio con agilidad sin apoyarse, acostumbradas como están a la agitada vida vienesa. Enero y febrero, estamos en plena temporada de baile. Todas las noches las corporaciones más importantes de la ciudad se dan cita para un baile. Y así se suceden cada noche el baile de la industria farmacéutica, de la filarmónica, de la banca, de la abogacía…etc.

Traje largo o dirndl (el traje tradicional austriaco, de falda, corpiño y delantal) y smoking llenan las mesas alrededor de la sala de baile. Hacen su entrada protocolariamente el ministro de sanidad, autoridades y las cien parejas de debutantes: de blanco y enguatadas ellas, con un ramillete de rosas y de smoking ellos, se colocan enfrentados a lo largo de la pista de baile, esperando los primeros acordes de la orquesta para abrir el baile esta noche bajo las directrices del Dr. Elmayer, maestro de ceremonias.



La filarmónica de Vienna, al fondo de la sala, comienza a hacer sonar sus violines para los primeros acordes del “Danubio Azul”. Pronto se le unen todos los instrumentos y la pista de baile es ya una bruma blanca y negra de bailarines que se deslizan dando vueltas circulares sobre si mismos y sobre la pista al compás del waltz.

Rozan nuestra mesa las enaguas de las debutantes en sus vueltas. Sonriendo con su media cabeza ladeada hacia la izquierda, llevadas como al vuelo por sus parejas y parecen que patinaran sobre el parquet del salón de baile en vez de bailar al ritmo de los potentes platillos que marcan los acordes del waltz.

“El Danubio Azul” deja paso al poderoso “Waltz del Emperador” y el Dr. Elmayer grita “Alles Walzer!”, “¡Que bailen todos!”. Y sacan los señores a sacar a sus parejas, mezclándose los nuevos bailarines con las debutantes llenando la pista de colores y sin chocarse unos a otros giran y giran sobre si mismos, valseando unas veces rápido y otras demorándose en sus vueltas, al ritmo que marca la orquesta.

Al “Waltz del Emperador” le suceden “La isla de las Rosas” y la noche encadena un waltz, una polonesa, una polka, un tango y un swing con otro. Sucediéndose las parejas en la pista sin darle mayor importancia, como si bailar aquellos bailes de salón fuera algo natural.

Contemplo desde mi silla el espectáculo frente a mí. Acepto mi primera invitación de baile, de uno de los ejecutivos a los que su mujer ha animado a que me saque a bailar. Me enfrento decidida a la pista de baile. No obstante, tras los primeros acordes del Danubio Azul mi seguridad en mi misma desaparece. Parecía tan fácil verlos bailar! Choco un par de ocasiones con mi pareja y le hago chocar a él con nuestros vecinos.

Quiero bailar, poder mezclarme entre las parejas y disfrutar de la música siguiendo sus acordes sobre el parquet, dando vueltas y vueltas. Y no puedo. Así que pido disculpas y vuelvo a mi mesa. No está en mi naturaleza contemplar la faena desde la barrera, pero quizás mis recién estrenados treinta años me hacen consciente de mis lagunas. Y estos elegantes bailes de sociedad es una de ellas. Así que me conformo con recorrer los espléndidos salones del palacio que se suceden unos tras otros. Inmesos, sobrios, coronados por inmesos frescos y sobre los que se suceden gigantescas lámpars de arania. Admirar Vienna iluminada bajo nosotros desde los amplios ventanales, cubierta de su capa blanca que le otorga un cierto allure etéreo y mágico.



Vienna, puede que tengas algo para mí..pienso mientras me quito los guantes sobre la mesa del tocador y guardo mis falsas joyas. El Dr. Elmayer…anoto mentalmente pedir una cita para aprender a bailar el vals antes del próximo baile.

Diálogos

-         Ha dejado usted de beber? Me tiene preocupado.
-         No le comprendo. Quiere decir usted, si he dejado de beber agua?
-         No, me refiero a que ya no empieza sus artículos con “se derrite el hielo de la copa de ginebra bajo el ardiente sol de la savanna” como nos tenía acostumbrados.
-         Bueno, entenderá usted que Vienna es más de “champagne que rebosa de la copa de cristal de bohemia”…y el presupuesto manda. Pero todo se andará.
-         Eso espero, ya sabe usted que la vida siempre se ve de otro color con las burbujas.
-         Lo sé amigo. Quizás porque estoy sobria veo Vienna demasiado blanca. Probaré a ver si con el Veuve Clicquot rossé la veo de color rosa.
-         Por cierto, lo de vestir “à la russe” me ha dejado loco. Puedo vestir yo también así en Algarinejo?
-         Tiene usted mis bendiciones.