viernes, 2 de noviembre de 2012

KIGALI, MON AMOUR





Hoy, nuestro ultimo dia en Kigali, hemos ido temprano en moto a la pequena base donde mataron a 14 soldados belgas de las Naciones Unidas, en los primeros dias del genocidio, mientras defendian la casa de la vice-presidenta. Despues hemos visitado el Kigali Memorial Centre. El museo del genocidio, que relata desde la epoca colonial belga hasta 1994, como fue gestandose el genocidio.El museo se asienta sobre las fosas comunes.

Por ultimo, visitamos el palacio del presidente Juvénal Habyarimana. Un palacio sesentero construido como regalo por los franceses, a las afueras de Kigali. El palacio, merece la visita para conocer como vive un dictador preocupado por su seguridad. El guia nos muestra orgulloso el sofisticado sistema de alarma usado por el presidente. Cada escalon esta conectado a una alarma diferente, con lo cual, desde el cuarto del presidente, puede saberse en que escalon exacto de la escalera se encuentra el posible agresor. Visitamos la capilla catolica y el salon de magia negra, ambos a escasos metros de diferencia. Su refugio secreto, la sauna y los restos despedazados del avion en el que fue bombardeado junto con el presidente de Burundi, despues de una reunion en Arusha.

Hemos terminado de visitar Kigali porque solo hay dos cosas que ver: El Kigali Memorial Centre y la casa del presidente. No hay museos, no hay galerias, no hay tiendas. Camino del aeropuerto nos despedimos de la ciudad; de sus militares, de sus elegantes avenidas, de sus restaurantes de disenio, de su seguridad y de su terrible historia.

Quizas para comprender Nueva York es necesario subirse a la torre mas alta y ver la isla de Manhatan desde alli, con un cocktail en la mano, entre los elegantes ejecutivos de la bolsa. Recorrer en silencio los salones del MOMA y del MET. Perderse en las tiendas de la quinta avenida. Recuerdo como en un primer momento me extranio que en Africa no hubiera museos que visitar.

Ahora pienso que quizas, para comprender Ruanda, es necesario recorrerla en moto, a pie y en autobus, y ver la vida de sus campos de te y de sus fronteras. Sufrir un apagon de luz sin inmutarse. Atravesar la selva e intentar ver a los gorillas entre la niebla. Observar la riqueza de su naturaleza y sus recursos y, en contraste, la pobreza de sus gentes que recorren a pie los kilomentros con el agua sobre sus cabezas. Comprender que los ninios juegan y rien porque quizas no tienen tiempo de llorar. Quizas por eso, el genocidio de Ruanda tampoco esta en Murambi ni en el Kigali Memorial Centre, sino en todos su pueblos y ciudades, en su politica exterior y en su economia. En el orgullo de un pueblo que no quiere volver a despetarnos de la siesta con sus tiros a la hora de comer. Aunque para eso haya que poner un militar cada 50 metros y levantarse el dia del Umaganda a barrer para la comunidad. Y esta tambien en los soldados rebeldes del 23-M. Y en su frontera con el Congo...quizas ahora entiendo porque no hay museos en Africa.

En la maleta nos llevamos mucha tension acumulada, demasiadas imagenes que tenemos que olvidar, el lado mas real de nuestro trabajo y el habernos aproximado al conflicto de los grandes lagos. Comprender este conflicto es comenzar a entender la historia moderna de Africa. Es entender porque reciben un balazo cada dia en el telediario. Es tambien empezar a entender quien paga las balas. Aunque no queramos oirlo.  Aunque no queramos oirlas.

Facturo la maleta. Espero no pederla.

“Ha sido un viaje muy romantico Nusrat, y el hostal no ha estado tan mal. Gracias por reservarlo”-. Le digo cuando nos despedimos en el aeropuerto.- “No te pongas sentimental- me contesta - que nos vemos manana en la oficina”. Se que esta orgullosa de haberme quitado un poco mi barniz de hoteles de cinco estrellas e introducirme en las maravillas de la filosofia mochilera.

Esa tarde, en el avion de vuelta, hojeo la revista de viajes de Rwanda air, “Inzozi” (“Suenios” en Kinyarwanda). En la pagina 27 encuentro una entrevista al Hungaro- tanzano acerca del club de golf y de polo que ha construido en la falda del Kilimanjaro felicitandole por la gestion. El articulo se titula “Au delà de l'attendu”, “Mas alla de lo esperado.” Me entero por el articulo que esta desarrollando  un proyecto de agua, un molino y una escuela para los masais que viven en el territorio del campo de golf con parte de los beneficios que genera el club.

Cuando aterrizamos, guardo la revista en el bolso y le mando un sms “Tienes que darle la enhorabuena a tu equipo de marketing. Kigali espectacular. ” 

Pido al coche de mi organizacion que me recoge que me deje directamente en el club antes de que me cierren la cocina. No tengo cena en casa asi que ire directamente, a lo mejor tengo suerte y esta Morris por alli. A lo mejor me ha echado de menos. El calor de la selva nos envuelve. El verano empieza con fuerza. Ha sido bonito tener asfalto unos dias, pero me doy cuenta de que echaba de menos los baches, pienso mientras el todoterreno bota camino del club atravesando el camino de palmeras y jacarandas levantando una estela de polvo.

Cuando llegamos, el portero uniformado baja las escaleras para ayudarme a bajar las maletas del coche.

- Karibu mama! Donde ha estado? Que bien que ha vuelto! La hemos echado de menos!
- Mambo Inocent! Habari? Acabo de llegar de Kigali. Muchisimas gracias por ayudarme!

Subo las escaleras y veo a Morris en el salon del club, en su mesa de siempre, pegada a la varanda de la terraza y al lado de la mesa de billar. La lamparita de la mesa encendida, sus gafas de cerca y su pelo blanco recogido en una coleta. Esta concentrado leyendo The Guardian mientras termina su te. Podria estar perfectamente en el condado de Hertfordshire si no fuera porque estamos en manga corta en pleno noviembre. Por detras de su mesa asoman las palmeras.

- Hola Morris. Acabo de llegar de Kigali. Bailamos?- Le digo sonriendo con mis maletas en la mano.
- Maldita sea. Te he echado muchisimo de menos! - Dice levantandose y ayudandome con las maletas mientras me da un abrazo por primera vez. - Quiero saberlo todo sobre Ruanda.

Bailamos?, en ingles, “Shall we dance?”, es la manera que tiene de preguntarme si quiero jugar al billar. Para Morris, una buena partida de billar, perfecta en sus proporciones, es arte y el lo juega como un artista.
Bailamos?, Es lo que me dijo la primera vez que me invito a unirme a la partida de billar. Yo estaba recien llegada, intentando conectarme a skype sentada en una mesa, mirando de reojo las partidas. Sin atreverme a preguntar si podia jugar. Se acerco, y ofreciendome un palo me dijo; “Bailamos?”. Como yo no entendia su broma, me dijo que parecia una nina en una fiesta, sentada en la silla sin atraverse a bailar hasta que no la sacaran. Recuerdo que le dije que preferia mirar. Dos meses mas tarde, puedo contar con las manos los dias que no he jugado al billar.

El camarero me sirve sin preguntar una copa de vino blanco y la deja sobre la mesa. Miro las estrellas por la varanda y oigo cantar los pajaros de la selva.  Respiro el polvo. No se donde tengo el inhalador pero empieza a no importarme. Me siento en casa, pienso, mientras le veo preparar con una sonrisa las bolas sobre la mesa de billar.

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